Se dejo Caer en un banco y, fuera de sí aspiro el perfume nocturno de las plantas. Después apoyando-se en el respaldo, los brazos indolentemente caídos, abrumado y sacudido varias veces por escalofríos, musitó la formula fiel del deseo, imposible en este caso absurda, abyecta, ridícula y, no obstante, sagrada, también aquí venerada: "Te Amo."
Thomas Mann,
Muerte en Venecia pag, 65
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