Si nuestros impulsos estuvieran limitados al hambre, la sed y el deseo, podríamos ser casi libres; pero, en cambio, nos conmueve cada viento que sopla, una palabra dicha al azar o una imagen que esta palabra puede comunicarnos.
Descansamos; un sueño tiene el poder de envenenar un sueño.
Nos levantamos; un pensamiento errante contamina el día.
Sentimos, concebimos o razonamos; reímos o lloramos,
es igual; ya sea alegría o dolor,
el sendero para su partida aún está libre.
el ayer del hombre nunca puede ser igual a su mañana.
¡nada puede perdurar sino la mutabilidad!
♠Mary Shelley,
Frankenstein, pag. 113
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